La Moda Rápida o “Fast Fashion” se centra en ofrecer a los consumidores diseños que son tendencia en ese preciso momento, de forma que estos pueden adquirirlos rápidamente y a un precio asequible en prácticamente la totalidad del planeta (las grandes empresas tienen puntos de venta repartidos por todo el mundo) como consecuencia de la homogeneización de preferencias, gustos y mercados. Estas empresas tienen la capacidad de observar los estilos que se presentan en las principales pasarelas y confeccionar productos que tengan semejanzas visuales con ellos en pocas semanas, poniéndolos a disposición de los compradores de forma rápida (Tokatli, 2008).
Nos encontramos, por lo tanto, ante un mercado donde la oferta se caracteriza por tener una producción rápida, flexible, con costes bajos, tiempos de ejecución cortos y una logística eficiente donde se prima la variedad a la durabilidad; y la demanda por reclamar precios bajos, productos que le permita estar a la moda en una temporada concreta y que no se cuestiona la calidad de estos, adquiriendo prendas de una durabilidad menor y fomentando un reemplazo continuo de las mismas.
En este sentido, la obsolescencia de la ropa se ha incrementado y las grandes marcas han logrado modificar el número de temporadas por año, incrementando de dos temporadas anuales a cambios de temporada aproximadamente cada seis semanas (Cataldi et al., 2010). Por lo tanto, las empresas compiten entre sí en cuanto a renovación permanente de productos y en precios, centrándose en ofrecer a sus clientes prendas actuales a precios asequibles.
Como podemos comprobar en el día a día del mercado, la industria ha apostado en su mayoría por este modelo de negocio y ha basado su estrategia productiva en lograr una respuesta rápida o “quick response” y en la renovación constante de la cartera de productos. Estos dos elementos son clave para entender en qué consiste el “fast fashion”.
En cuanto a la respuesta rápida o “quick response”, las empresas se han alejado del modelo tradicional enfocado en el inventario (Christopher et al., 2004) y han puesto su foco de atención en la demanda de los consumidores, que es cada vez mayor y fomenta que la producción y la distribución sean continuas, lo que reduce en gran medida el stock de las marcas. Esta coyuntura genera que el diseño de las prendas esté enfocado en suplir la demanda de las tendencias de cada momento concreto, siendo elementos clave el anteponerse a las tendencias a través de herramientas como los estudios de mercado (Cachon y Swinney, 2011) que permiten conocer los gustos de los consumidores, así como reaccionar y responder velozmente a cada uno de los cambios que se produzcan para acortar lo máximo posible los plazos de diseño y producción (Christopher et al., 2004) con la finalidad de que el producto final se encuentre a disposición de los clientes a la mayor brevedad posible y con antelación a los competidores. Para lograr este objetivo, se emplea en la fase de producción el sistema “Just In Time” (JIT), con el que se intenta reducir al máximo el tiempo de producción para
satisfacer la demanda y para lograr la eficiencia en el proceso productivo, generando la menor cantidad de inventario posible con el objetivo de obtener un margen bruto mayor.
Respecto a la renovación continua de las prendas, tanto los consumidores como las empresas tienen la percepción de que estas están diseñadas para satisfacer tendencias puntuales y no para perdurar en el tiempo. Por esta razón, las empresas tienden a agilizar los procesos de producción para satisfacer las necesidades momentáneas de los consumidores, generándoles una necesidad ficticia de renovar el armario continuamente (Gómez, 2018) y contribuyendo a un consumo irresponsable junto a la generación masiva de residuos.
Podríamos afirmar que la moda rápida o “fast fashion” es un modelo de negocio pionero en el sentido de que genera un efecto directo en la forma de comprar de los consumidores y en cómo estos reaccionan frente a las diferentes tendencias (Mintle, 2008). No obstante, aunque este efecto que comentamos puede llegar a ser muy beneficioso en términos económicos, lograrlo no es sencillo, y gran parte de las empresas llevan a cabo prácticas dudosas en términos de responsabilidad, derechos laborales, protección y cuidado del medioambiente, cuestiones éticas, etc. (Velasco, 2013; Caro y Martínez de Albéniz, 2015).
Consecuencias económicas, sociales y medioambientales
La importancia económica del sector de la moda a nivel global es trascendental, tanto a nivel del PIB como al de exportaciones e importaciones. Los datos del sector a nivel global denotan que este modelo de “fast fashion” es económicamente favorecedor para las empresas y, por ende, para las personas que participan en él.
Sin embargo, los resultados positivos del sector tienen matices que destacar y señalar, puesto que existen países como Bangladesh, Pakistán o Camboya donde la economía depende en gran medida de la producción y exportación de productos relacionados con la moda, tanto es así que alrededor del 80 % del total de exportaciones de estos países es de este tipo de bienes (Carrera Gallissà, 2017). Es precisamente en estos países subdesarrollados o en vías de desarrollo donde las grandes empresas del sector localizan su producción, puesto que pueden encontrar mano de obra con unas condiciones laborales lejos de la realidad que se vive en países más desarrollados, con derechos sindicales limitados, sueldos muy bajos y con políticas de seguridad y salud en el trabajo escasas. Según el estudio realizado por The Sustainable Fashion Blueprint (2018), este sector industrial emplea a 300 millones de trabajadores en todo el mundo, representando el 40% de los puestos de trabajo industriales en Asia.
No obstante, en la actualidad existe una creciente ola de críticas al sector por las condiciones laborales que han sido comentadas anteriormente. Con esta deslocalización hacia estos países, las empresas logran obtener un margen de venta muy amplio, siendo desorbitada la diferencia entre el coste de producción y el precio de venta que los consumidores están dispuestos a asumir. Por lo tanto, los beneficios de este tipo de prácticas no repercuten en los países de producción, sino que todos ellos van a parar a las grandes empresas que siguen aprovechando esta situación de vulnerabilidad para aumentar sus ingresos.
A esta coyuntura deben añadirse diferentes desastres como los derrumbes de fábricas, destacando el sufrido en Bangladesh en el año 2013 en el que murieron 1.138 trabajadores como consecuencia de la falta de medidas de seguridad en este tipo de naves y que ha producido el cierre de diferentes fábricas en el país (El Mercurio, 2013).
Además, los trabajadores sufren una precariedad palpable en cuanto a que existen riesgos para la salud por los materiales tóxicos que se emplean en el proceso productivo y para los cuales, en muchas ocasiones, carecen de protección. En este mismo aspecto, se ha comprobado que existen violaciones de los códigos éticos y de conducta por las empresas, poco o nulo reconocimiento de los derechos mínimos, jornadas con turnos extenuantes para cumplir con los plazos de entrega, discriminación de género (la mayor parte de los empleados son mujeres mientras que los encargados y directivos son hombres), explotación infantil, etc.
Por otro lado, debemos destacar que la industria de la moda produce un fuerte impacto negativo en el medio ambiente por la forma en la que se encuentra concebida. Esta industria produce daños en todas las fases de su cadena de producción, desde la fabricación, pasando por los materiales empleados, hasta la distribución y transporte e, incluso, cuando los productos son desechados por el consumidor.
Las empresas de este sector contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero, siendo responsables de la expulsión de 1.700 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, de incrementar la contaminación del agua, así como de la emisión de toxinas y químicos, generando 2.100 millones de toneladas de desechos anualmente (Loetscher, 2017).
Según Loetscher (2017), para la producción de textiles se emplean fibras naturales como algodón, lana, seda, lino, cáñamo y yute; o sintéticas, como poliéster, nailon, poliamida, acrílico, polipropileno o polímeros naturales como viscosa, acetato y media o una combinación de ambas. Sin embargo, podemos observar que en los últimos años se ha incrementado el uso de ciertos materiales, especialmente poliéster y algodón, y también la demanda de fibras sintéticas. La proliferación de estos materiales en el mercado se ha traducido en una mayor emisión de productos químicos tóxicos a la atmósfera puesto que para su cultivo o creación requieren de cantidades enormes de pesticidas y fertilizantes (Claudio, 2007).
Cabe señalar que lo más alarmante durante este período es el uso de agua y energía, contribuyendo la industria al agotamiento de recursos naturales de forma muy notoria. Se utilizan alrededor de 1.074 millones de kilovatios-hora de electricidad y entre 6 y 9 trillones de litros de agua, consumiendo el 3% del agua total del mundo cada año (Siegle, 2011), para generar 60 mil millones de kilogramos de fibras textiles.
En la fase de distribución y transporte, por la deslocalización de la producción, los productos finales deben ser transportados entre países que se encuentran situados muy distanciados desde el punto de vista geográfico, por lo que es necesario emplear varios medios de transporte a lo largo del proceso. Esta etapa representa el 2% del total del impacto de la industria al medio ambiente, un porcentaje menor si lo comparamos con el resto del sistema productivo. No obstante, cabe señalar que esto se traduce en que transportar en avión una tonelada de ropa a lo largo de cien kilómetros genera una emisión de 158 kg de CO2, mientras que en barco es de 0,7 kg de CO2 (Carrera Gallissà, 2017). Si trasladáramos estas cantidades a las distancias reales de los miles de kilómetros que recorren las prendas, el resultado es muy alarmante para el medioambiente.
En la etapa de la adquisición y posterior uso por parte de los consumidores, la contaminación vuelve a incrementarse debido a factores como la temperatura y frecuencia de lavado, uso de productos como detergentes y suavizantes, el planchado de la ropa, etc. Además, estos tienen una importancia decisiva pues son los que tienen el poder de decisión sobre el final de la vida de los productos y, dado que la industria fomenta el consumismo y la idea de ropa desechable, el 80 % de la ropa producida se envía a los vertederos y solo el 20 % logra reciclarse (Loetscher, 2017).
Por estas razones, es necesario que tanto la industria como los consumidores tengan en consideración la sostenibilidad y prácticas más favorecedoras con el medio ambiente como la economía circular, la moda sostenible o el “slow fashion”.
Nuevas tendencias: Moda sostenible, enfoques y barreras
Las prácticas mencionadas están empezando a sufrir una incipiente ola de críticas desde la propia sociedad, así como desde los medios de comunicación actuales (sobre todo, redes sociales). En la actualidad, la sociedad es cada vez más consciente de que la industria de la moda es una de las más contaminantes del planeta y de que es necesario preservar el ecosistema, por lo que exige una respuesta pronta por parte de los gigantes del sector.
En este sentido, podemos observar que existen varias organizaciones internacionales de gran relevancia como puede ser la ONU, que en diversas ocasiones ha declarado que la industria de la moda ocasiona perjuicios en el medioambiente de forma persistente y grave que deben ser reducidos para lograr evitar una mayor emergencia ambiental y social. De esta forma, ha tenido creación la Alianza para la Moda Sostenible (ONU, 2019), cuyo principal objetivo es lograr que las empresas se comprometan a adecuar sus objetivos empresariales a los Objetivos de Desarrollo Sostenible y así lograr una consecución de estos mediante impactos positivos en el sector.
Un modelo alternativo al “fast fashion” o moda rápida es posible y, además, necesario dentro de la industria textil. El concepto de moda lenta o “slow fashion” adquiere más importancia que nunca en este momento, centrándose en desacelerar nuestros hábitos de consumo para lograr una alternativa que sí respete el medio ambiente y el entorno social que nos rodea y que lograría dar una solución parcial a la crisis de sostenibilidad que padecemos hoy en día.
El reto de la sostenibilidad al que nos enfrentamos tanto los consumidores como las empresas comenzó hace varios años, pero por lo complejo del paradigma actual, va a estar cada vez más presente en nuestras vidas.
En 1990 comienzan a surgir los primeros debates en relación con la sostenibilidad en la industria de la moda cuando distintas organizaciones internacionales no gubernamentales como Clean Clothes Campaigns o Greenpeace reclamaron a las marcas que emplearan modelos y prácticas sostenibles como consecuencia de las prácticas realizadas por estas en cuanto a explotación infantil en sus fábricas (Mora et al., 2014).
Desde este momento, las empresas e instituciones comenzaron a llevar a cabo diferentes estrategias destinadas a abordar la sostenibilidad desde dos puntos de vista: aquellas enfocadas a convertir el diseño en un factor del cambio social y en aquellas encaminadas a lograr un desarrollo tecnológico sostenible basado en la innovación (Mora et al., 2014).
No obstante, encontramos que algunos estudios han conseguido retar a estos enfoques. Diferentes autores han orientado sus propuestas en concienciar a las empresas de que diseñar una prenda implica tener en consideración el ciclo de vida completo del producto, desde que se obtienen las materias primas, pasando por el diseño y la producción, hasta el posterior consumo y deshecho de estas (Fletcher, 2008). En ese mismo sentido, se comienza a cuestionar hasta dónde abarca la responsabilidad social de las empresas, y se introducen conceptos que comenzarán a tener relevancia como son “el consumo responsable” o “la moda orgánica” (Lunghi y Montagnini, 2007).
Muchos autores consideran que la moda sostenible engloba diferentes enfoques: la moda ecológica, la moda ética y la moda lenta.
– La moda ecológica se centra en la producción de prendas a través de métodos poco perjudiciales para el medio ambiente, además de fomentar el uso de materiales orgánicos y cumplir con las diferentes certificaciones ecológicas (Henninger et al., 2016).
– La moda ética está asociada a las condiciones laborales de los trabajadores y a ciertos modelos de negocio (Salcedo, 2014).
– La moda lenta o “slow fashion” surge como un movimiento social frente a los ciclos de vida rápidos de los productos, la pobre calidad y el consumismo (Fletcher, 2010).
En definitiva, todos estos enfoques contribuirían a reducir la producción del sector textil y el extendido consumo, además de promover el uso de materiales orgánicos y renovables, así como el reciclaje de las prendas. Por lo tanto, podríamos afirmar que se están desarrollando formas más innovadoras encaminadas a la fabricación sostenible y que cada vez están a una disposición mayor para los consumidores en los diferentes niveles que conforman el sector de la moda.
Enfoques para lograr la sostenibilidad
El aumento significativo de los estudios e investigaciones relativos a la moda sostenible que pretenden mostrar las prácticas de consumo actuales y las políticas empresariales del sector con el fin de manifestar que otro escenario es posible, demuestran que existe una corriente internacional que apuesta por este progreso.
La evolución de la moda sostenible pasa por desarrollar cuatro enfoques fundamentales: el social, el ambiental o ecológico, el del consumo y el desarrollo sostenible a través de la educación.
Enfoque ecológico
El enfoque ecológico o ambiental del desarrollo de la moda está orientado con el movimiento “slow fashion”, fundado por Kate Fletcher en el 2007. Este concepto surge influenciado por el movimiento que nace en Italia a favor de la comida lenta promovido por Carlo Petrini en 1986 en su defensa de la producción local, artesanal, tradicional y a pequeña escala mediante el empleo de técnicas sostenibles. La moda lenta fue introducida por Fletcher en 2007 y adopta dicho modelo de la comida lenta aplicado en el sector de la moda. Este modelo aboga por producir y consumir productos de calidad, concienciar a los consumidores del proceso productivo y las actividades que lo componen para que este sea más responsable en la toma de decisiones, desacelerar las pautas de consumo, etc. Se presenta como una alternativa responsable frente al modelo actual de la moda rápida, pero sin ser contraria a este. La moda lenta o “slow fashion” se presenta como una opción real que establece un modelo de negocio capaz de satisfacer las necesidades de los consumidores y los productores, que no contribuye a la continua degradación permanente de los recursos naturales, que alarga el ciclo de vida de las prendas y reduce el consumismo.
La moda lenta entiende que la industria de la moda puede mejorar su proceso productivo y el enfoque de su negocio con la finalidad de lograr una necesaria reducción de los recursos naturales empleados, de la emisión de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera y de los residuos. En definitiva, un cambio de mentalidad en post de la calidad y en detrimento de la cantidad que se estima que permitiría reducir en prácticamente un 50% las emisiones de CO2 (Soler et al., 2010) como consecuencia de alargar el ciclo de vida útil de los productos y que permitiría mejorar las condiciones laborales del sector, puesto que las prendas requerirían un proceso productivo más especializado y con lead times mayores, con la consiguiente mejora en formación y retribución (Jung y Jin, 2016).
El enorme impacto medioambiental de esta industria ofrece un amplio campo de actuación donde las empresas podrían acometer diversas acciones para minimizarlo. La propuesta de lograr un desarrollo sostenible con el planeta se ha convertido en una necesidad acuciante para la humanidad en su conjunto.
El consumismo realizado por los clientes e incitado por las empresas ha dado lugar a un escenario desalentador, el cual requiere que todos tomemos medidas para evitar llegar a la escasez total de recursos pues, según las previsiones realizadas por la ONU, en el año 2050 la humanidad necesitaría obtener los recursos naturales de tres planetas semejantes a la Tierra para poder mantener los niveles de consumo que tenemos actualmente (ONU, 2019).
La percepción de gran parte de la población ha cambiado en el sentido de que la sostenibilidad es considerada crucial para lograr un desarrollo que nos permita cubrir las necesidades que tenemos actualmente sin comprometer el futuro del planeta y, como consecuencia, de las futuras generaciones (Evans, 2010). No solo la sociedad reclama un cambio, desde las propias instituciones internacionales como la ONU se han establecido una serie de objetivos que ayuden a contribuir al desarrollo sostenible. Estos objetivos se encuentran recogidos en el documento “Transformando nuestro mundo: La agenda 2030 para el desarrollo sostenible” publicado en el 2015 y pretenden realizar cierta transformación en las relaciones que tienen lugar entre distintos ámbitos como la economía, la ética, la ecología, la conservación de la biosfera, la cultura o la equidad, con la finalidad de replantearnos las pautas de consumo y promover cambios en la manera de producir y de consumir actuales (Broega et al., 2017).
Enfoque social
El enfoque social se centra en los derechos y condiciones laborales de los trabajadores, y es una consecuencia directa de la moda rápida y el empleo de la subcontratación de la industria textil en países en vías de desarrollo donde se producen situaciones de explotación laboral. Sin embargo, este hecho no es reciente, puesto que tradicionalmente han sido las mujeres las que trabajaban en condiciones de este tipo dentro del sector textil (Ross, 1997 y Harris, 2005). Muchos autores han llegado a considerar que la desigualdad de género está estrechamente vinculada con el desarrollo insostenible de la industria de la moda que actualmente padecemos (Entwistle, 2000 y Raghuram, 2004).
Consumo sostenible
El enfoque relativo al consumo sostenible encuentra relación con el enfoque ecológico anteriormente desarrollado, pero aplicado a los consumidores. Nuestros hábitos de consumo provocan que contribuyamos a acrecentar los efectos del cambio climático y las emisiones de CO2 a la atmósfera. Por ello, si los consumidores logran ser más conscientes del impacto negativo al medio ambiente que produce la fabricación de ropa y su posterior uso y deshecho, podrían modificar sus hábitos de compra en aras de la conciencia ambiental y lograr un futuro más sostenible en los diferentes ámbitos (Bellotti y Mora, 2014).
Desarrollo sostenible a través de la educación
Estos tres enfoques necesitan para su consecución de un apoyo educativo que permita desarrollarlos. La Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) supone una reorientación de los sistemas educativos y una preparación con la finalidad de adquirir las habilidades y conocimientos necesarios para transformar el sector textil (UNESCO, 2021).
El número de empresas involucradas en el cambio es cada vez mayor y encontramos que existen diferencias entre las grandes marcas multinacionales, las cuales están realizando cambios en sus modelos de negocio y en la estructura de su cadena de valor tras percatarse del creciente valor que otorgan los consumidores a los aspectos ambientales; y las empresas pequeñas, muchas de las cuales se han enfocado en la innovación y han aprovechado la sostenibilidad para hacerse con un nicho de mercado específico y obtener una ventaja competitiva (Caniato et al., 2012).
Barreras al desarrollo sostenible
La moda sostenible es ya considerada un segmento dentro del sector de la moda convencional. No obstante, la intervención de tantos actores diferentes en el sector (consumidores, empresas, gobiernos, organismos internacionales, etc.) y la importancia de algunos de ellos, como las grandes cadenas de ropa, genera para las economías de los países una situación en la que cambiar la estructura o el enfoque de una industria tan sumamente rentable en las últimas décadas se antoje bastante complejo.
El desarrollo de la moda lenta puede verse afectado por distintas barreras, entre las que se encontrarían:
– La mentalidad actual preponderante entre los consumidores es mostrar preferencia por productos de baja calidad y bajo precio frente a productos de una calidad superior, los cuales impliquen un incremento en este último.
– El desarrollo sostenible requiere la adopción de procesos estandarizados para la fabricación de los productos que implicarían la reducción de la diversidad de materiales, el desarrollo de nuevas habilidades y estudios para las diferentes etapas del proceso productivo, y la aparición de un escenario difícil de alcanzar actualmente.
– El desconocimiento de los consumidores en cuanto a la cadena de producción del sector de la moda y los efectos negativos que produce en el medio ambiente genera que el consumo realizado por estos no sea tan responsable como debiera ser.
– Falta de confianza por los consumidores en cuanto a lo que afirman las empresas o marcas que abogan por productos más sostenibles.
– Falta de transparencia consciente por parte de las empresas en relación con sus procesos productivos y los daños que pueden llegar a ocasionar tanto social como medioambientalmente.
– La moda sostenible produce en muchos consumidores una asociación rápida con la falta de variedad de productos o diseños más conservadores y menos atractivos.
– El precio por unidad en la moda sostenible es considerablemente superior que el de la moda convencional como consecuencia de procesos de producción más costosos.
– Las grandes marcas, aunque introducen colecciones que afirman ser más respetuosas con el medio ambiente o que emplean materias primas de producción ecológica, promueven la cultura consumista con continuas promociones, líneas de productos renovadas cada pocas semanas y publicidad enfocada a promover este tipo de conductas.
– La presencia de marcas de moda sostenible en el mercado es bastante débil en comparación a la saturación y el fuerte reconocimiento logrado por las grandes marcas del sector de “fast fashion”.
Sostenibilidad y el sector de la marroquinería en España
La información de la que disponen los consumidores hoy en día es infinita y el papel que puede desempeñar la sociedad en este proceso de transición hacia un mundo más sostenible es fundamental y clave.
Los consumidores están cada vez más concienciados con la situación ambiental y social actual y existe preocupación por cómo va a seguir desarrollándose este escenario en el futuro, el cual es cada vez más a corto plazo. Por lo tanto, más que los daños sociales y medioambientales que puedan llegar a ocasionar las empresas en sus procesos productivos, son los consumidores los que pueden ejercer una mayor presión para que estas integren la sostenibilidad en su cadena de valor. Un consumidor con una decisión de compra más responsable, tomada en base al conocimiento de la etapa de fabricación de los productos, las materias primas empleadas, los tratamientos realizados, la logística y el transporte necesitados para que el producto esté a su alcance y la gestión de los deshechos por las empresas, puede generar un efecto trampolín en empresas que son transparentes en estos aspectos y, al contrario, producir la caída de aquellas que no lo son.
La importancia que puede llegar a tener la transparencia en la cadena de valor y la información compartida con los consumidores es esencial respecto a la imagen de marca y la sostenibilidad, puesto que existe un interés creciente en el consumidor por conocer todas estas circunstancias antes de tomar la decisión de compra.
Es aquí donde encuentra su lugar el sector de la marroquinería. Las características propias del sector le permiten encajar a la perfección dentro de las nuevas tendencias de la industria de la moda enfocadas a la sostenibilidad.
Las empresas marroquineras dan una gran importancia a la elección de las materias primas de primera calidad necesarias para lograr el resultado requerido en sus productos. Estas materias primas procuran obtenerlas de productores locales si existe la posibilidad. Este es uno de los factores que más peso tienen en cuanto a la producción de efectos medioambientales y sociales que pueden llegar a ser negativos.
En cuanto al tratamiento de las materias primas, es cierto que tanto el consumo de agua como el empleo de productos químicos y tóxicos son muy elevados para lograr eliminar las impurezas de la piel y dotar al material de las propiedades necesarias, como podremos comprobar en el siguiente apartado. En este aspecto, las empresas podrían optar por realizar procesos más innovadores, como puede ser el teñido de los productos sin agua, el uso de tintes y pigmentos que no sean tóxicos o el empleo de la impresión digital (Kozlowski et al., 2012).
Tanto en la elección de los proveedores como en la utilización de recursos y trabajadores locales, observamos que las empresas marroquineras cuentan con una ventaja competitiva en estos aspectos. La gran mayoría de este tipo de empresas españolas producen sus artículos directamente en las diferentes fábricas que tienen ubicadas en el país, las cuales cuentan con empleados que están especializados en el diseño, la producción y la distribución de productos de marroquinería desde hace generaciones. El hecho de producir directamente en sus propias fábricas y no deslocalizar la producción a terceros países genera que la transparencia en el proceso productivo sea mayor y los consumidores sean conocedores de que los productos que van a adquirir han sido producidos íntegramente en nuestro país, con una cadena de valor contrastada y de calidad.
Si analizamos la logística y el transporte de las marcas, el empleo de proveedores locales junto con la producción local reduce consistentemente la cantidad de emisiones emitidas. Si bien es cierto que el transporte de los productos terminados a otros mercados conlleva la emisión de gases a la atmósfera, esta etapa es la que menos impacto tiene dentro de toda la cadena como comentamos anteriormente.
En cuanto al proceso productivo de la marroquinería, se generan una gran cantidad de deshechos de piel y cuero sobrante en cada una de las etapas, el cual podría ser empleado para la elaboración de nuevos productos mediante la reconversión de estos en materia prima utilizable. Por otro lado, podrían emplearse patrones de diseño que permitieran confeccionar productos con un menor número de desperdicios, maximizando el uso real de las materias primas y reduciendo los costes derivados de esta actividad.
Además, en el caso de la marroquinería, se podrían implementar sistemas de reparación del cuero que permitiera a los consumidores rejuvenecer o mejorar el estado de los productos que adquirieron en el pasado y que por el uso o el tiempo se encuentren deteriorados.
Por último, cabe resaltar que las empresas de marroquinería nacionales fabrican productos de una calidad alta y de larga duración, justamente lo contrario que promueve la moda rápida. Este tipo de productos no fomentan el consumo continuo, puesto que el ciclo de vida de estos es mucho más longevo que la media, por lo que podemos considerar que el sector encaja a la perfección en cuanto al fomento de la sostenibilidad y la moda lenta.
Como hemos comentado, la sostenibilidad no debe ser vista como un problema, puesto que puede suponer una gran oportunidad para la industria de la moda si las empresas que la conforman consiguen desenvolverse en el entorno competitivo en el que se encuentran inmersas de forma más comprometida social y medioambientalmente. De hecho, las empresas del sector marroquinero español ya se hallan introducidas dentro de las corrientes sostenibles y logran generar una influencia positiva en cuanto a reputación; mejora de los procesos productivos mediante la optimización de recursos ambientales, sociales y económicos; mejora de la competitividad y eficacia aumentando el valor de marca, la diferenciación respecto a los competidores y el incremento de potenciales consumidores que se sienten reconocidos por los productos de la empresa; mejora de la sociedad a través del respeto a los Derechos Humanos y al ecosistema; y, en general, un impacto positivo en el planeta, las personas y la economía.
Extracto del Máster en comercio exterior e internacionalización de empresas
Autor : Rafael Mª Morales Lorenzo